Una vez cada semana a Jacqueline Becerra, la ‘profe’ de primaria de la Institución Etnoeducativa Inga, se le ve atravesar las calles de Mocoa, Putumayo, seguida por un séquito de 30 pequeños que apresuran el paso para luego perderse en una de las casas del resguardo indígena Belén del Palmar, localizado a 20 minutos de la ciudad.
- ¡Puangui! Exclama una voz anciana desde el interior de la vivienda.
- ¡Allila!, le contesta al unísono un coro infantil.
Son los buenos días y su respectiva contestación en lengua nativa.
Acto seguido, el grupo de niños toma su lugar en la casa y una anciana aparece con un taburete. Las siguientes horas del día se van en un viaje de vuelta al pasado, un recorrido a través de historias de antaño, anécdotas y relatos narrados en lengua inga y acompañados por tazas de agua de panela. Los niños escuchan atentamente. Absortos. Hipnotizados con cada palabra y cada gesto de la anciana.
Es la estrategia diseñada por Jacqueline para que sus pupilos -niños entre los 5 y 9 años- sean los rescatistas de la lengua inga mientras fortalecen sus habilidades lectoescritoras. “¿De qué otra forma podemos luchar contra el olvido?”, se pregunta esta maestra de una comunidad que alberga a 163 familias.
Por eso decidió unir a las abuelas del resguardo y ponerlas a hacer lo que mejor saben hacer: contar historias. Todo lo que llega a oídos de los niños se convierte en el insumo para darle rienda suelta a la imaginación.
En las aulas de la escuela etnoeducativa se gestan canciones, poemas y cuentos en inga y español, que hablan de la memoria histórica de la comunidad, de sus costumbres, sus valores y creencias.
Ya son 290 niños de primaria y bachillerato que están aprendiendo la lengua de sus antepasados desde que el proyecto de la profe Jaqueline echó sus primeras raíces hace 5 años.
“El impacto es enorme. Antes uno veía cómo los niños y jóvenes se avergonzaban de ser indígenas, como si cargaran con un estigma. Hoy se sienten identificados con su cultura, hablan su lengua con orgullo, tienen sentido de pertenencia”, relata.
La de Becerra es apenas una de las más de 1.300 propuestas innovadoras de educación que maestros como ella, están desarrollando en todos los rincones del país para promover hábitos de estudios en sus alumnos, como la lectoescritura, la investigación o el uso de las matemáticas. Algo que muchas veces hacen en horarios extracurriculares, trabajando ‘con las uñas’, robándole tiempo a su tiempo, por su cuenta y por puro amor al arte.
Todas esas iniciativas fueron reunidas por la convocatoria al Premio Nacional al Docente, que por primera vez entregó el BBVA Colombia en mayo pasado para reconocer el esfuerzo de esos maestros que generan nuevas experiencias de aprendizaje.
De acuerdo con Liliana Corrales, gerente de Responsabilidad Corporativa de BBVA Colombia, el premio busca estimular las buenas prácticas que desarrollan los maestros de Colombia y que les permite a niños y jóvenes fortalecer competencias que son fundamentales en el proceso de aprendizaje.

A través de la lectura, Jaqueline Becerra logró que los niños de un resguardo inga en Mocoa, Putumayo, rescataran su lengua nativa.
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Cinco proyectos resultaron ganadores, entre estos el de Jaqueline, que superaron con creces requisitos como pertinencia, madurez, sostenibilidad, innovación, evaluación e impacto, entre otros. Una pequeña recompensa a su esfuerzo que, de la mano del galardón, llegó con un viaje a Chile para que conozcan la Red de Bibliotecas de ese país y dinero en efectivo. A su vez, sus colegios recibirán cupos para el programa Escuela para el Emprendimiento BBVA y morrales con útiles escolares para sus estudiantes.
La hora de las letras
Yolanda Camacho, Ciudad Bolívar, Bogotá
Cuando Yolanda Camacho llegó hace 10 años a la Institución Educativa Nicolás Gómez Dávila, en Ciudad Bolívar, empezó una gran lucha por despertar el interés por la lectura y la escritura. Para entonces la apatía por el tema reinaba. Fueron muchos aciertos y fracasos, hasta que un día su sueño arrancó. “Durante un año realizamos talleres todos los sábados y en contrajornada escolar. Al final sacamos dos libros, uno de cuentos y otro de historietas, producidos por los alumnos”. Ese fue el gancho para gestionar una franja institucional de lectura y oralidad. “Empezamos con 15 minutos. Hoy ya tenemos una hora a la semana en la que leen desde preescolar hasta once, desde los vigilantes y las señoras del aseo hasta el rector”, relata Yolanda, quien ahora busca sacar una nueva publicación con sus estudiantes.

En un colegio de Ciudad Bolívar, Yolanda Camacho instauró una hora semanal de lectura en la que toda la comunidad educativa participa. Luis Lizarazo / EL TIEMPO
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‘Prefiero que roben libros’
Mauricio Botina, Pasto, Nariño
Si uno llega en el día y en el momento oportuno al Liceo Universidad de Nariño, en San Juan de Pasto, puede encontrar a cada uno de sus 1.100 estudiantes devorando las páginas de un libro sin más bullicio que una pieza de música clásica como telón de fondo. Un ritual que se toma a todo el colegio durante una hora cada semana. Esa es la hazaña lograda por el profesor Mauricio Botina. “La lectura es como el aire que respiramos. El que no lee muere”, sentencia.
“Ahora las clases son más interesantes porque los alumnos debaten, son más críticos frente a los conocimientos que reciben, defienden sus posiciones, citan autores y argumentan”, dice este maestro de 27 años. “Hay muchos que no devuelven los textos que se les presta en la biblioteca. Yo sinceramente prefiero que roben libros”, dice Botina.
Vendedores de lectura
Nidia María Romero, San Pedro de Urabá, Antioquia
Nidia Romero, la profesora de la Institución Educativa San Pedro de Urabá, no olvida el día en que un abuelo le soltó una confesión tan sobrecogedora que aún se acuerda y se le corta la voz: “Usted no sabe lo que se siente meterme en mi chinchorro y que sea mi nieto el que me lea”, le dijo el hombre.
No es la única historia que conoce. Sabe de otros abuelos a los que ya no les alcanza la visión para leer, de padres que nunca aprendieron… los roles se invierten y ahora son hijos y nietos quienes se pasan horas enteras a su lado, leyéndoles cuentos. Así es como el club de lectura que esta maestra, oriunda de Sahagún, Cordoba, creó hace cuatro años en el Urabá antioqueño se ha metido en los hogares de la zona. “Tenemos una estrategia. Cada niño lee un libro y consigue cinco ‘clientes’ para que también lo lean. Su tarea es ‘venderle’ a otros el amor por las letras”, cuenta Nidia, que reúne a 45 niños entre los 6 y 17 años en su club.
Los cuentos de la Física
Rodolfo Antonio Padilla, Galapa, Atlántico
El proyecto de Rodolfo Padilla inició en el 2006 en un salón de segundo grado de la Institución Educativa María Auxiliadora, en Galapa, Atlántico. Sus alumnos tenían dificultades con la escritura, invertían el orden de las letras, las confundían o las omitían. Sin embargo, eran niños que estaban entre los 6 y 8 años con la curiosidad a flor de piel, sobre todo por los fenómenos naturales. “Diseñé una estrategia en la que los niños investigaban la naturaleza y sus fenómenos físicos. Luego, redactaban sus experiencias en el tablero y entre todos se corregían. Era un aprendizaje participativo en el que, además, aprendían conceptos de física”, relata Padilla. Los resultados no se hicieron esperar: los alumnos no solo mejoraron su escritura sino armaron recopilaciones de textos. El gran logro de esta experiencia se produjo el año pasado con la publicación de una colección llamada ‘Los cuentos de la Física’.
HUELLA SOCIAL
Tomado de El tiempo del 6 de agosto de 2014, http://www.eltiempo.com/multimedia/especiales/profes-que-reinventan-la-forma-de-ensenar/14349880
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